La pared no se vende


Paredes Robadas: el robo del arte callejero de Buenos Aires

Un nuevo mini documental está disponible online cubriendo el infame incidente de “Paredes Robadas“. Esto puede ser ya noticia vieja para las personas familiarizadas con la escena local pero para aquellos que no, la historia de como un artista conceptual peruano se apropió del arte en las paredes de Buenos Aires, es muy particular.

Ya casi pasó un año desde que algo muy extraño sucedió en las calles de Buenos Aires. Por toda la ciudad, comenzaron a desaparecer partes muy grandes de murales.

Unos pocos días antes que comenzaran las desapariciones, en medio de uno de nuestros tours, nos cruzamos con una persona que estaba aplicando una fina resina sobre un sector de un mural pintado por Bert van Wijk. Cuando nos acercamos para preguntarle de qué se trataba, nos respondió que la resina servía para proteger los murales y que estaba recorriendo la ciudad protegiendo las mejores obras. Nos llamó la atención que solamente la aplicara a una sección del mural, pero el hombre se negó a darnos más detalles retirándose rápidamente.

Días más tarde fue evidente que los murales no estaban siendo protegidos sino retirados de la pared. La resina aplicada, una vez seca, formaba una lámina que despegaba la pintura y una capa de yeso de la pared. La flor de un mural de Bert van Wijk ya había sido removida. Comenzaron a desaparecer otras secciones de murales y, en algunos casos, piezas completas.

Parecía difícil de creer pero era evidente que alguien estaba removiendo obras de arte callejero por toda la ciudad.

Sin duda no es nuevo que el arte callejero desaparezca de la calle para ser vendido: muchas obras de Banksy fueron removidas y vendidas por números que alcanzaron a las seis cifras. Mientras que Buenos Aires ofrece algunas de las piezas de arte urbano más increíbles del mundo, éstas sin embargo no han logrado captar la atención de coleccionistas y galerías internacionales. El dinero no parecía ser una explicación plausible. Quedó así, flotando en el aire, la pregunta ¿quién está haciendo esto y por qué?

La razón llegó semanas después: las obras habían sido extraídas por una artista conceptual peruano para integrar su propia exposición de arte.

El concepto de la exhibición se construyó considerando al arte callejero como vandalismo y, por ende, estaban vandalizando el vandalismo. Curiosamente, su auto proclamado acto de vandalismo también fue anunciado como un acto de preservación de las piezas. Al vandalizar el vandalismo, se rescataban obras de su destrucción segura.

La promoción del evento ofrecía la siguiente explicación críptica:

El artista “se apodera de fragmentos de graffiti callejero – destinados a destruirse a merced de los elementos ó por varias capas de pintura – y los traslada a la galería en un ejercicio de preservación, que se asemeja más a una operación forense que a la simple conservación de fragmentos culturales.”

Claro está que dicha explicación no convenció a los artistas callejeros ni a los seguidores de sus trabajos.

Desde la perspectiva del artistas local, un extraño había irrumpido en la escena destruyendo las paredes al persiguiendo sus propios objetivos artísticos. No intentó contactarse con nadie ni había hecho ningún intento de pedir permiso. Simplemente llegó al país y comenzó a sustraer las piezas que necesitaba para curar su propia exposición.

La noche de la inauguración fue apenas publicitada. El montaje de las obras en la galería consistía en exponer los fragmentos de los murales apropiados, embebidos en la resina, colgando del techo. Las obras, tasadas de acuerdo al tamaño, valían aproximadamente miles de dólares. Mozos de guantes blancos servían exquisitos vinos en bandejas de plata. El artista estaba rodeado por sus admiradores.

The "rescued" pieces on display, including Bert van Wijk's missing flower.

Poco se sabe con exactitud de lo que sucedió después. En algún momento de la noche, se detonó un extinguidor y la gente evacuó la galería. En medio de la confusión general, las obras vandalizadas fueron metódicamente destruídas y los responsables se dieron a la fuga.

Este fue el final abrupto de la exposición.

Cabe pensar que el artista esperaba algún tipo de reacción. Los comentarios que consecuentemente realizó en Facebook sugerían que consideraba la destrucción total de las piezas de la galería como una respuesta que legitimaba su ejercicio conceptual. Su intento de vandalizar el vandalismo había sido vandalizado.

Por varias razones, aquel ejercicio plástico simplemente no dio resultado en Buenos Aires. Varias de las piezas consideradas como “vandalismo” habían sido pintadas con los permisos correspondientes. Lo que él había reducido a pintadas callejeras, eran piezas de valor para los artistas, los dueños de las paredes y el público.

Un caso en particular se destacó entre los demás: un mural había sido usurpado de una propiedad privada. Como muchas de las otras piezas, había sido pintada con permiso de los propietarios: una mujer le encargó el trabajo a unos artistas que había visto pintar en las cercanías de su casa y les pidió que le realizaran un mural para su hijo. La mujer estaba notablmente furiosa ya que se despertó un día y una parte considerable de la pared había desaparecido.

El artista debería haber investigado seriamente sobre la escena local antes de embarcarse en semejante proyecto. De haberse comunicado con los artistas, hubiera entendido que su trabajo no es generalmente considerado como vandalismo. Una de las características que definen la escena porteña, es la aceptación pública construida, en parte, por las buen relación del artista con la comunidad. Es normal que los artistas toquen la puerta de las casas para pedir permiso, así como también, las casas ofrecen sus muros felizmente.

En los días siguientes a la breve exhibición, el artista fue enfrentado por un público enojado y denunciado en los medios. Una exposición de características similares que se había proyectado para San Pablo, fue cancelada. Muchos de los artistas afectados hicieron públicas sus demandas de que se restauren los murales dañados e incluso algunos propietarios de las paredes removidas consideraron tomar acciones legales.

En otros países es posible que se tolere no sancionar a los responsables de remover arte de paredes públicas, pero no puedo pensar otro lugar donde éstas acciones sean moralmente objetables como en Argentina, sin mencionar la violación a los derechos de autor de los artistas.

Comentamos el incidente con una abogada argentina especialista en propiedad intelectual. Nos explicó que en Argentina la ley considera al artista como el dueño de su trabajo: solamente ellos pueden decidir quien utiliza sus obras y cómo. Para la ley, pintar en el espacio público es irrelevante. Incluso no interesa que las obras hayan sido creadas sin permiso: un artista que pinta sin consentimiento puede ser denunciado por daño a la propiedad pero aún así, poseen el derecho sobre sus piezas. Sus obras no se convierten en propiedad pública simplemente porque hayan sido concebidas sin permiso. Los artistas pueden querer que el público vea sus obras, pero eso no significa que les pertenezcan ó que éste pueda hacer lo que quiera con las piezas.

La técnica usada en este caso, para remover las piezas de la pared fue inusual pero sin embargo, no es el primer intento de apropiarse del arte de las calles.

Muchos artistas argentinos demandaron, en el último tiempo, a varias empresas multinacionales que utilizaron sus piezas en avisos publicitarios sin permiso.

Mientras tanto, en Estados Unidos, un comerciante fue condenado a pagar daños y entregar el stock completo de una serie de remeras que reproducían el diseño de un artista urbano, sin su consentimiento.

Algunos años atrás, el New York Times publicó un artículo muy interesante sobre el juicio hecho contra un fotógrafo quien publicó un libro sobre arte callejero. Los artistas implicados no solo no estaban contentos con el hecho de que su trabajo había sido comercialmente reproducido sin su consentimiento, sino que tampoco les gustaba la manera en la que era presentado. Tras la reacción de los artistas, el libro fue sacado de circulación un mes después de su lanzamiento y los daños están siendo reparados.

Irónicamente, varios de los artistas cuyas piezas fueron robadas apreciaron el concepto de la exposición. Lo que no apreciaron fue no haber sido incluidos ni consultados.

Al valorarse cada vez más el arte callejero, sus artistas toman conciencia de sus derechos. Su arte puede ser compartido públicamente, puede ser efímero, puede incluso tratarse de vandalismo. Pero es, a fin de cuentas, su arte.

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